MADRID (AP) — El 2 de mayo de 2009, Josep Guardiola visitó el estadio
Santiago Bernabéu como entrenador por primera vez. El Barcelona era
líder con cuatro puntos de ventaja sobre el Real Madrid, que todavía se
veía con fuerzas para intentar la remontada y destronar a su
archirrival, como tantas veces había sucedido en el pasado.
Pero aquel día sucedieron dos cosas que marcarían la etapa de Guardiola en el banquillo del Barsa.
El
técnico catalán sacó a Lionel Messi de la banda y lo ubicó en un punto
impreciso del ataque, entre la punta y la media punta, volviendo loca a
una defensa que no sabía como frenar al argentino. Como resultado, el
Barcelona vapuleó 6-2 al Madrid en su propia casa en uno de los mayores
monumentos al fútbol que se recuerdan en España.
Apenas cuatro
días después de aquella goleada, Andrés Iniesta metió al Barsa en la
final de la Liga de Campeones con un gol en el tiempo de descuento
frente al Chelsea en Stamford Bridge. Después, el equipo azulgrana se
coronó campeón de Europa en Roma. De hecho, Guardiola ganó los seis
títulos que disputó en su primera temporada. Una gesta sin precedentes
en casi un siglo de competiciones deportivas a nivel de clubes.
Cuando
el presidente Joan Laporta eligió al inexperto Guardiola para dirigir
al club catalán en 2008, estaba tirando una moneda al aire.
Cayó de cara.
Guardiola,
de 41 años, dio al barcelonismo una era de inmortalidad. Una dimensión
europea y mundial que no había encontrado en 100 años de historia, casi
siempre vividos a la sombra de su eterno rival de Madrid.
Pero la
importancia de Guardiola se explica también por el factor sentimental.
El orgullo que siente la afición por uno de los suyos, un conocedor de
la historia, anhelos y miserias del club. Un joven catalán de la tierra
nacido en el pequeño municipio de Santpedor, que se formó como persona
en la cantera del Barsa, triunfó en el primer equipo como jugador y tocó
el cielo como entrenador.
Su primera decisión fue prescindir de
Ronaldinho, figura en decadencia, y construir el equipo en torno a
Messi. A partir del argentino, el Barsa inició un dominio del fútbol
mundial con una filosofía que parecía enterrada: la mejor defensa es un
buen ataque.
Para ello, Guardiola puso al servicio del mejor
jugador del mundo —Messi— a una de las más brillantes generaciones de
futbolistas españoles de todos los tiempos. Casi todos salidos de la
propia cantera del Barsa: La Masía.
Mientras Carles Puyol y Gerard
Piqué solían marcar la línea defensiva en campo contrario, Messi,
Iniesta, Xavi Hernández, Sergio Busquets o Pedro Rodríguez componían un
ataque prácticamente sin carrileros, capaz de asociarse al primer toque
en un palmo de terreno y aprovechar los espacios que generaba un equipo
sin delantero centro.
Sin una gran estatura ni fuerza física, los
futbolistas del Barsa rompieron algunos prejuicios establecidos. En su
equipo, la pelota corría más que los jugadores.
Nadie duda de la
influencia de Guardiola sobre el grupo de españoles, que al éxito de
clubes sumó el de selecciones. Los Iniesta, Xavi y compañía formaron la
columna vertebral que dio a España la Eurocopa en 2008 y el primer
Mundial de su historia en 2010.
No todo fueron aciertos. Guardiola
pidió a la directiva costosos fichajes de jugadores que nunca cuajaron.
Estrellas como Zlatan Ibrahimovic salieron por la puerta de atrás. El
defensa Dmitro Chigrinski fue otro de los fiascos sonados.
Guardiola
tampoco inventó el fútbol ofensivo. Muchos lo hicieron antes que él,
entre ellos Johan Cruyff, también en el Barsa. Pero la mayoría se
estrellaron contra el muro de los resultados.
Quizá ésa fue la
gran diferencia de Guardiola con esa cifra tan espectacular que se
repite estos días: 13 de 16 títulos posibles. La mayor hazaña del fútbol
moderno a la espera de la final de Copa del Rey del próximo 25 de mayo
frente al Bilbao de su maestro Marcelo Bielsa.
Harto de verse
superado, el Madrid gastó una ingente suma de dinero en fichajes, con
Cristiano Ronaldo como referente, y recurrió a José Mourinho, para
muchos la auténtica némesis de Guardiola, tanto en concepto futbolístico
como en actitud. En el Inter de Milán, el portugués había conseguido
humanizar la máquina azulgrana en las semifinales de la Copa de Europa.
Guardiola encontró una motivación, que agrandó su leyenda, pero al mismo tiempo terminó desgastándalo.
La
tensión entre los dos equipos saltó de la sala de prensa al campo, pero
el Barcelona y su apuesta prevalecieron. La temporada pasada, el equipo
de Guardiola bailó por 5-0 al Madrid en liga, le derrotó en las
semifinales de la Liga de Campeones y solo claudicó en la final de Copa
del Rey 1-0 en la serie de clásicos más espectacular que ha visto el
fútbol español.
En la presente temporada, el duelo
Guardiola-Mourinho siguió su curso y el caprichoso fútbol colocó al
catalán frente al espejo de una situación idéntica a la del año de su
debut, pero con papeles cambiados.
El Barsa, cuatro puntos por
detrás del Madrid en liga, recibía a su eterno rival para seguir vivo en
la competición. Pero esta vez, el club merengue fue el que asaltó el
Nou Camp por 2-1.
Tres días después, el Chelsea, otra vez, visitó
Barcelona por una plaza en la final europea. Messi se ahogó en la media
punta y falló un penal. El milagro no apareció en el alargue.
Guardiola había cerrado el ciclo: el más glorioso de la historia del Barcelona.
Como
jugador, siempre fue diferente, en su forma de hablar y actuar. Genio
en el banquillo, dijo el viernes o que se marchaba porque se sentía
vacío. Si uno compara las imágenes de hace cuatro años cuando dio su
primera rueda de prensa con las de ahora, salta a la vista que la
tensión pasa factura.
"Quiero darle las gracias por todo lo que
nos ha dado, creo que ha sido muchísimo, más de lo que todos podíamos
imaginar", dijo el sábado el capitán Puyol. "Le estaremos eternamente
agradecidos, dejar una forma de entender el fútbol, de ir siempre a
ganar teniendo el balón y respetando muchísimo a los rivales. Es un
antes y un después en el fútbol".
Está por verse si podrá repetir
un éxito de esta magnitud en otro club europeo. De momento, este Barsa
ya es historia. En el imaginario profano del fútbol hay un Madrid
galáctico y un Milan de Sachi, entre otros. Ahora se suma el Barcelona
de Guardiola.
Internet y las nuevas tecnologías mantendrán más que
vivo el legado del técnico catalán. Y la tradición oral pasará de
padres a hijos las gestas de este equipo con una frase: "Yo vi jugar al
Barsa de Guardiola".
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