La mayoría de los seres vivos comienzan su vida rompiendo un huevo: aves, reptiles, peces, insectos… Estos son los secretos de la forma más popular de llegar al mundo. Algunos incluso «hablan» antes de salir del cascarón. La mayoría de los seres vivos comienzan su vida rompiendo un huevo: aves y reptiles, peces e insectos, estrellas de mar y cangrejos, arañas y gusanos. Primero fueron los huevos de agua; luego, los de tierra.
Y hasta los dinosaurios tuvieron que romper uno para vivir… Los biólogos calculan que hay hasta cuatro mil veces más especies que traen al mundo a su descendencia dentro de un huevo que especies que no lo hacen. ¿Un indicio de que el huevo fue antes que la gallina…?
La reproducción de una especie a través del huevo está muy extendida en la fauna y adopta muchas variantes, según explican en XL Semanal. Un mejillón, por ejemplo, libera en el mar hasta 12 millones de diminutos huevos en 15 minutos; la cucaracha produce un paquete de un centímetro con 56 unidades, que arrastra un tiempo, mientras que el avestruz deposita ocho huevos de hasta un kilo y medio cada uno en un nido excavado en la tierra.
Igual de variados son los propios huevos. Los de peces y anfibios solo están rodeados por una cubierta gelatinosa, pues necesitan un biotopo húmedo y ser depositados en el agua para que no se sequen. Otras especies lograron colonizar la tierra gracias a un hito en la evolución: el desarrollo de la cáscara de cal para el huevo, estrategia que siguen todas las aves. Esta cubierta permite a los embriones seguir madurando en un medio húmedo a salvo del entorno seco, y al conjunto de la especie que las nuevas generaciones nazcan lejos del agua.
Muy cuidadosas en este aspecto son también las hormigas. Las obreras lamen y humedecen constantemente los huevos con saliva para evitar que se sequen. En cambio, otras especies deben asegurar un calor continuo. La mayoría se vale del sol, como algunas tortugas marinas, que entierran su puesta en las zonas más caldeadas.
Sin embargo, la fuente de calor más segura es la del propio cuerpo: la pitón real, serpiente de las regiones tropicales de África, se enrolla como un turbante en torno a su puesta y contrae continuamente sus músculos durante varias semanas para aumentar la temperatura. Mirlos, águilas, gallinas, patos o cigüeñas también pasan muchos días calentando sus huevos; en la mayor parte de las especies, el macho y la hembra de la pareja se turnan para evitar choques térmicos durante las semanas de empolle, circunstancia que tendría consecuencias fatales.
Más calor, más machos
Por lo general, los genes determinan el sexo de las crías, pero en algunos casos lo marca la temperatura a la que ha estado sometido el huevo. Eso ocurre con muchos reptiles y anfibios, como el cocodrilo de agua salada australiano. A más de 34 ºC nacen machos, por debajo de 30 ºC, hembras; entre ambas temperaturas, la misma cantidad de unos y otras. Por eso los biólogos están convencidos de que el calor actúa sobre los genes que determinan el futuro sexo del embrión. Un estudio del Instituto Oceanográfico de Barcelona ha demostrado que unas temperaturas elevadas también provocan el nacimiento de un mayor número de machos en más de 40 especies de peces. Estas especies se enfrentarían a un serio problema reproductivo si el mar sigue aumentando su temperatura.
Graznidos desde el huevo
La comunicación con y desde el huevo en la gestación solo es posible en algunas especies. Las crías del pelícano blanco norteamericano avisan a sus padres a graznidos si tienen frío o calor: el progenitor entonces recoloca los huevos. Las crías de cocodrilo también emiten sonidos, una especie de ‘ump-ump’, antes de romper el huevo para pedir a su madre que destape la puesta, antes cubierta con plantas. Además, se ha descubierto ya, esos sonidos sincronizan a su vez el momento de la salida. Hacerlo en simultáneo permite que las crías, al ser muchas, estén más seguras ante los depredadores.
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