Con desgarradoras escenas de histeria colectiva incluidas, la muerte de Kim Jong-il ha desencadenado en Corea del Norte un drama de intrigas familiares por el poder al más puro estilo de Shakespeare. Cuando el difunto «Querido líder» tomó las riendas del país en 1994 tras la muerte de su padre, Kim Il-sung, tenía 52 años y llevaba dos décadas acompañándole en todos sus viajes,
reuniones y apariciones públicas. A los 31 años, en 1973, Kim Jong-il fue designado sucesor, cuando ascendió al número dos del Partido de los Trabajadores, pero su nombramiento no fue conocido en el resto del mundo hasta el histórico congreso de 1980. Su hijo menor y sucesor, Kim Jong-un, no ha cumplido aún los 30 y lleva poco más de un año en el candelero desde que fue ungido como «heredero al trono» de Corea del Norte en el desfile celebrado en octubre de 2010 por el 65 aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores.Aunque la propaganda lo ha bautizado como el «Gran sucesor» y lo tilda de «pilar espiritual y faro de esperanza», su juventud e inexperiencia siembran de incertidumbre la transición de poder en el hermético régimen estalinista de Pyongyang. El periódico del Partido, «Rodong Sinmun», alaba sus cualidades como «una gran persona nacida del cielo», pero Estados Unidos, Corea del Sur y Japón se preguntan si cuenta con el respaldo de los octogenarios militares que controlan el todopoderoso Ejército, formado por 1,2 millones de soldados y dotado con entre 6 y 8 bombas nucleares.
Para allanarle el camino de la sucesión y vencer las reticencias de la gerontocracia del ala dura, Kim Jong-il lo ascendió a general de cuatro estrellas en el Congreso del Partido que tuvo lugar en septiembre del año pasado. Hasta entonces, nadie había visto jamás su mofletudo rostro, que de repente empezó a aparecer en todos los medios como si fuera un «Gran Hermano» de ojos rasgados. La propaganda comenzaba así el «lavado de cerebro» de los 24 millones de norcoreanos para entronizarlo.
Con el fin de evitar luchas internas, Kim Jong-il también ascendió a general a su hermana Kyong-hui, de 64 años, que formará una especie de triunvirato junto a su marido Jang Song-thaek, vicepresidente de la todopoderosa Comisión Nacional de Defensa y el heredero.
Christopher Hill, uno de los extranjeros que mejor conoce Corea del Norte porque fue el negociador estadounidense en las conversaciones de desarme nuclear, ha comparado esta transición con «una regencia al estilo medieval europeo». En teoría, el veterano cuñado del «Querido líder», debería proteger a su sobrino y sucesor porque «es un joven muy tímido, carece de experiencia y no está preparado para el poder». Pero, como si fuera una versión oriental de «Hamlet», el propio Hill advirtió de que Jang Song-thaek podría emerger «como rival, en lugar de como mentor».
Frente a la oposición interna que el nuevo líder de Corea del Norte pueda encontrar, parece gozar del apoyo de China, el principal aliado de este aislado y paupérrimo país. En las dos visitas que el difunto Kim Jong-il efectuó este año al gigante asiático, trajo a su hijo y se lo presentó a los principales gerifaltes del Partido Comunista, que saludaron su «liderazgo» cuando expresaron sus condolencias por la muerte del «Querido líder». Otro de los temores de los países vecinos, como Corea del Sur o Japón, es que a Kim Jong-un se le ocurra alguna loca osadía para reafirmar su poder. No en vano, se sospecha que con este objetivo ordenó el año pasado el bombardeo de la isla surcoreana de Yeongpyeong, que mató a dos militares y dos civiles y puso a las dos Coreas al borde de la Tercera Guerra Mundial. No ha ayudado a calmar los ánimos, precisamente, el lanzamiento de un misil norcoreano el mismo día que se anunciaba el fallecimiento de Kim Jong-il.
Sin extranjeros
Los próximos días resultan cruciales para comprobar si se libra alguna pugna por el poder en Corea del Norte. Mientras tanto, el «Gran sucesor», Kim Jong-un, reapareció ayer rindiendo honores en la capilla ardiente de su padre, instalada en el mismo mausoleo de Kumsusan donde yace embalsamado el cadáver del abuelo Kim Il-sung, fundador del país y «Presidente eterno». Hasta el funeral del 28 de diciembre, al que no asistirán delegaciones extranjeras por expreso deseo del régimen, decenas de miles de norcoreanos desfilarán ante la urna de cristal donde reposa el cuerpo del «Querido líder», envuelto en un sudario rojo y rodeado de «kimjongilias», las flores creadas genéticamente en su honor. «Estamos contentos por la desaparición de Kim Jong-il y esperamos que haya cambios en el futuro, pero no serán inmediatos sino graduales», confió a ABC por teléfono uno de los locutores de Free NK Radio, una emisora que emite desde Seúl formada por desertores norcoreanos. Antes habrá que saber quién «reina» en la corte comunista de Pyongyang.
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