Los 20 títulos de campeones obtenidos por el equipo local ni el primer gallardete de Serie del Caribe, logrado por las Águilas en 1987, fueron tan celebrados como el éxito obtenido
en el histórico partido que ayer tuvo como escenario el estadio Cibao.Y no era para menos. Acababa de producirse el más impactante rebase que registre la historia deportiva del país en vista de que, faltando cinco juegos para terminar la serie semi final del campeonato, se daba como un hecho que las Águilas no pasarían a la ronda final, en vista de que hace una semana ocupaba el sótano de la serie semi final.
Sólo si las Águilas ganaban todos los partidos que le faltaban y que el Licey cayera vencido en tres de sus compromisos harían posible que ambos conjuntos por lo menos se vieran precisados a jugar un encuentro de desempate, lo que milagrosamente aconteció anoche, con un saldo favorable para los locales.
De ahí que la hazaña que las Águilas comenzaron a escribir el viernes pasado, sumado al hecho de que fue al Licey el equipo que anoche obligaron a despedirse hasta octubre próximo, provocaron que la fanaticada mamey explosionara inmediatamente concluyó el histórico encuentro, dando inicio a una algarabía contagiante casi colectiva.
La celebración abarcó a todos los sectores urbanos, suburbanos y rurales de esta provincia y en esta oportunidad se entremezclaron ciudadanos de todas las capas sociales, quienes cobijados por el intenso mamey que simboliza al equipo de las Águilas, se mantuvieron en calles, avenidas y carreteras en una especie de fiesta colectiva, digna de un acontecimiento épico.
Como es natural, los alrededores del Monumento a los Héroes de la Restauración se convirtieron en la principal área de celebración, donde minutos después de producirse la proeza aguilucha, miles de seguidores del colectivo mamey iniciaron la celebración, mientras que otros circulaban por las vías circundantes, tocando las bocinas de sus vehículos y cornetas, empuñando banderas que exhibían con satisfacción y orgullo.
Mientras en el área monumental era indescriptible lo que sucedía, en calles y avenidas de la parte baja de la ciudad la situación no era diferente.
Los fanáticos coparon todas las esquinas, mientras que muchos de los vehículos que transitaban lo hacían arrastrando toda suerte de objetos que producen ruido como hojas de zinc, pedazos de neveras, puertas de automóviles en desuso y zafacones de hojalata.
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