Nada queda sin rigor. Los felices tiempos que vivían Los Angeles Lakers llegaron a su fin de un plumazo, de forma severa, incluso traumática. Tan escasa fue la capacidad de previsión que ni la imagen externa pudo quedar a salvo. Algo inimaginable, la franquicia de púrpura y oro, todo un icono social, mostrando sus miserias sin pudor. Los Dallas Mavericks jugaron al baloncesto, los Lakers adularon su ego. Y la sentencia para los defensores del título, fue de muerte (4-0, semifinales de la Conferencia Oeste).
La revolución había nacido. Voces públicas se alzaron, incluso las moralmente autorizadas. Pedían cabezas, más con insinuaciones que con nombres propios. Tiempo de cambio. Phil Jackson, líder visible de los últimos cinco anillos angelinos, decía adiós. En la elección de su sucesor se realizaría, por tanto, la primera declaración de intenciones desde los despachos.
Contaba Carl Zuckmayer, escritor alemán destacado en la primera mitad del siglo XX, que la mitad de la vida era pura suerte. La otra mitad, pura disciplina. Pero sin embargo, ésta última era decisoria, ya que sin ella no se sabría por dónde empezar con el factor azaroso. A Mitch Kupchak, General Manager de los Lakers, pareció convencerle la idea de que volver a los orígenes, al trabajo, haría resucitar el deseo competitivo de una plantilla aparentemente saciada de éxito.
No faltaban candidatos pero Mike Brown resultó finalmente el elegido. La línea continuista que representaba Brian Shaw, asistente de Phil Jackson y el favorito de los pesos pesados del vestuario, no gozó de apoyo en las alturas. Se necesitaba un cambio de mentalidad y sin duda Brown lo representaba. Aunque eso derivase en olvidarse del show y edificar un estilo bastante menos atractivo. El nuevo técnico de los Lakers no era sólo quien dirigió a LeBron James en Cleveland. Su idea de baloncesto chocaba con ciertos aspectos claramente arraigados en la cultura baloncestística de la franquicia. La defensa, el sacrificio, el colectivo; frente al ataque, el talento, la individualidad. Reseñables diferencias en la forma, que no en el contenido. Ése siempre es el mismo: ganar.
El propósito de Kupchak quedó, no obstante, a medias. Y lo hizo de una forma realmente dolorosa, que derivó posteriormente en cambios inicialmente no previstos.Chris Paul era el elegido para resurgir a la franquicia. Piernas jóvenes, que sugirió meses atrás Magic Johnson. Y de un talento a la altura de las exigencias de la franquicia. El movimiento se cerró pero no se consumó. Es decir, se hizo totalmente público pero no llegó a ser oficial. Una bomba, claro. Pau Gasol y Lamar Odom hacían las maletas para luego deshacerlas. Cruel forma de entender que su utilidad no resultaba tan valorada como ellos mismos pensaban.
Odom, en estado incendiario, tuvo que salir de la franquicia (rumbo a Dallas). A cambio, una sustanciosa trade exception. Los Lakers se quedaban sin el mejor Sexto Hombre de la NBA, una pieza interior capital en los dos últimos campeonatos. Y con Gasol apesadumbrado. Además, con los Magic negándose a negociar por Dwight Howard, el otro gran objetivo en California, la única salida era mantener cromos y esperar.
La salida de Odom obligó, como era obvio, a mover ficha a los Lakers, totalmente desguarnecidos en la zona. Gasol y Bynum son dos tremendos interiores, pero la trayectoria física del segundo no invitaba a asumir riesgos. Se necesitaban, al menos, recambios. Josh McRoberts (ya apodado McRambis) fue el primero en llegar. Inteligente, activo en ambas zonas, eficaz. Troy Murphy, lejos de su plenitud, convenció en los trainings camps y se convirtió, más por necesidad que por fe, en el segundo. Pese a su limitada movilidad, conserva instinto para el rebote y buena mano. Si recupera la confianza, o al menos parte de ella, podría llegar a ser importante.
AMARÁS LA DEFENSA SOBRE TODAS LAS COSAS.
La agresividad se interpretaría en otro sentido. Los 'nuevos' Lakers no atacan tanto la línea de pase, suelen priorizar la posición a la anticipación. Eso provoca que roben menos balones, pero al no nutrirse del juego en transición, les importa menos no correr. Estos Lakers, efectivamente, no viven tanto de la transición. El sistema se adapta a la evolución, y ésta marca que la edad no perdona en el perímetro.
La intensidad, el movimiento, es otro aspecto crucial del plan. Los Lakers no viven del ataque, pretenden hacerlo del agobio rival. La experiencia de los jugadores, predisposición y constantes ayudas defensivas han proyectado, en poco tiempo, el deseo de Brown. Éste no es otro que la defensa como forma de vida. No es que hayan desaparecido los problemas. Derek Fisher sigue teniendo didicultades, sobre todo de lateralidad, ante bases rivales incisivos, Kobe Bryant no expone su nivel defensivo más que en contados momentos, Pau Gasol continúa mostrando falta de intensidad gran parte de los encuentros. Pero la actividad, el orden y la disciplina del colectivo sin duda ayudan a camuflarlos.
Como resultado, los Lakers defienden mejor, notablemente mejor, que anteriores cursos. Pero la idea es que defender bien sea costumbre y no solución desesperada, como era antaño. Los rivales tienen problemas para anotar, tanto en el perímetro como en la zona, y el rebote defensivo se cierra más y mejor. La franquicia angelina es la que más rechaces captura en la competición y, junto a Chicago, la que mejor diferencial presenta en la batalla del rebote. Los aros, generalmente, suelen teñirse de púrpura y oro.
Sólo cuatro franquicias (Philadelphia, Toronto, Indiana y Miami) provocan en el rival peores porcentajes de tiro y la mejoría en la defensa de la línea de tres puntos también es apreciable. Esos factores, junto al menor ritmo de juego sugerido por Mike Brown, desembocan en que los Lakers son uno de los equipos que menos puntos recibe de toda la NBA. Progresan adecuadamente.
LA SISTEMATIZACIÓN OFENSIVA Y LA DIFICULTAD DE INTEGRAR A BRYANT.
Cuando un equipo tiene tanto talento como estos Lakers, resulta más sencillo modelar el potencial. Hombres como Kobe Bryant, Pau Gasol y Andrew Bynum producen desajustes defensivos contínuamente. Aun así, debe existir un modo de optimizarlos.
La idea de Mike Brown es sistematizar también el ataque. Que, existiendo el espacio para la improvisación, sea una sucesión de movimientos la que genere el espacio de tiro. Indudablemente, esto requiere tiempo. Más en un equipo acostumbrado a vivir del talento individual. Mientras tanto, la herencia del 'triángulo ofensivo', que tantos réditos produjo también en Los Angeles, se mantiene viva. Brown acepta que permanezcan movimientos, totalmente mecanizados, de la anterior idea, con el fin de suavizar una transición hacia su modelo de ataque. A pesar de ello, se atisban cambios. Y un potencial problema, Kobe Bryant. Y bendito problema, podrán pensar muchos.
El propósito de estos Lakers es, simplificando, que el '24' se exija menos en labores ofensivas. Que su influencia llegue, fluya, pero no se imponga por defecto. Así, los Lakers circulan mejor el balón, apoyados en el talento del propio Bryant y la presencia de un Gasol que ha abandonado casi definitivamente el poste bajo para aparecer de forma constante en poste alto, listo para generar juego. El poste bajo queda casi en propiedad de Andrew Bynum, llamado a dar un paso adelante en ese equipo. Hambriento en el rebote, la presencia física del joven center también produce de forma eficiente en ataque. Con balones, la pareja de los Lakers difícilmente aguanta comparación.
Circular es clave pero qué ocurre cuando tienes en tus filas un genio del calibre de Kobe Bryant. Pese a sufrir molestias en la muñeca, el '24' está firmando un comienzo de temporada intachable. Su inhumana competitividad le lleva a producir cual reloj, pero su castigado cuerpo no soporta tanta exigencia como antes. Bryant resuelve una gran cantidad de situaciones cada partido. Es un portento, no cabe duda. Pero Brown no desea que su equipo dependa de ello. Busca un equilibrio entre disponer de elementos determinantes y abusar de dichos componentes. No fomentar, en definitiva, hábitos de previsibilidad disponiendo de más opciones viables, como así sucede.
Sin embargo, es complicado controlar el espíritu indomable de uno de los mayores 'asesinos' ofensivos de la historia del baloncesto. Cuando se siente bien, en racha, Bryant no entiende de compañeros, rivales o tiempo. Sólo siente su talento y el aro. Es una relación cerrada. Una peligrosa relación cerrada.
Con demostraciones como la exhibida ante Phoenix (48 puntos), Bryant hace notar su presencia. Y quizás algo más, su total hegemonia. Brown es seguramente el último que pretende restarle galones, pero en la medida en la que Kobe acepte dosificar su esfuerzo y sea capaz de controlar sus instintos de luchar él solo contra el mundo, estará buena parte del éxito, a medio-largo plazo (dentro del presente curso), de su equipo. Cuantas menos veces acuda a buscar el disfraz de superhombre, más positivo será para los Lakers.
La rotación es un rompecabezas aún pendiente de resolver. El boceto está planteado pero la delimitación de minutos está abierta. Sí se conoce que Steve Blake será más importante este curso, en parte por el deterioro de Fisher; o que entre McRoberts y Murphy tratarán de hacer olvidar el vital rendimiento de Odom.
El puesto de alero, sin embargo, presenta dudas. Con Brown empeñado en que el artista antes conocido como Ron Artest (ahora Metta World Peace) --tan irregular como acostumbra en los últimos años-- sea el revitalizador de la segunda unidad, el jovenDevin Ebanks inició el curso como titular. Sus condiciones hacen pensar que puede ser una especie de Trevor Ariza, comparte incluso semejanza física con el jugador de los Hornets, pero no parece tener confianza para demostrarlo.
Ese factor, la confianza, ha situado a Matt Barnes en el foco de luz. En un excelente estado físico, Barnes cree en si mismo más que nadie y parece, además, representar muy bien lo que su técnico demanda. Su crecimiento le ha llevado a la titularidad y a gozar de muchos minutos. Justo lo que busca el más que interesante novato Andrew Goudelock, que no tardará en demostrarle a Brown que, en cancha, puede aportar bastante más que Jason Kapono.
El balance no puede considerarse aún significativo, es pronto. Son los primeros pasos del nuevo plan y el calendario, aunque exigente temporalmente (12 partidos en 18 días), ha sido benévolo con el factor cancha (8/12 partidos en casa). Las conclusiones, por tanto, deben aplazarse. Pero sí resultan reseñables los trazos del cuadro, en los que sin duda ya se aprecia el toque personal del autor recién llegado.
Gran parte de los jugadores permanecen pero, como bloque, la idea de los Lakers ha cambiado. Han abandonado lo efímero del glamour para adentrarse en la seguridad del cemento. Impartir disciplina para volver a reinar. Implantar la semilla colectiva, edulcorarla con hambre competitiva y que fluya lo demás. Los Lakers, los viejos Lakers, siguen siendo potencialmente muy peligrosos. Quizás tanto como trabajen para serlo.
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