“Abajo la Junta Militar”, coreaban la madrugada de este jueves miles de aficionados del Al Ahli, el equipo de fútbol más laureado de Egipto, en la estación de tren de El Cairo. El trágico final de un partido en la ciudad de Port Said se ha convertido además en el suceso más sangriento de una transición jalonada por sobresaltos y enfrentamientos en los que los hinchas de los clubes, politizados y violentos, jugaron un papel clave.
“El mayor desastre de la historia del fútbol en Egipto” –como lo calificó el viceministro de Sanidad, Hisham Sheiha- es la crónica de años de activismo ultra y de unos últimos meses gobernados por la falta de seguridad en las calles y el terreno de juego. “Las fuerzas de seguridad nos han abandonado, no nos protegen”, lamentó el veterano jugador del Al Ahly Mohamed Abo Treika en una noche que jamás olvidarán.
No es, sin embargo, el primer episodio de violencia. En abril, los radicales del Zamalek invadieron el campo cuando su equipo disputaba un encuentro de la Liga de Campeones africana contra el Club Africano de Túnez. Habían sido especialmente activos protagonizando disturbios semanales durante los últimos cuatro del régimen de Mubarak.
En la vanguardia de la revolución
Los hinchas más radicales no solo sienten el ardor del balón. Lejos del césped, han sido a menudo la avanzadilla en la revolución cuyo primer aniversario se cumple estos días. “El fútbol jugó un papel clave en el final de Hosni Mubarak. Los ‘ultras’ fueron junto a los miembros de la rama juvenil de los Hermanos Musulmanes los únicos en Tahrir que tenían una organización física y cierta experiencia en la lucha callejera”, explica a ELMUNDO.es el analista James M. Dorsey, que aúna en su blog la devoción por las historias del balón y las vicisitudes históricas de Oriente Próximo.
El anciano y derrocado presidente fue el primer objetivo que unió a grupos de ultras y tradicionales enemigos como los 'Diablos rojos' de Al Ahli y los 'Caballeros blancos' de Al Zamalek, otro de los equipos de la capital egipcia y eterno segundón. Son despiadados adversarios cuando el honor centenario de clubes se bate sobre el césped. Pero en los 18 días de revueltas que forzaron la salida del dictador fueron capaces de cancelar sus rivalidades y compartir barricadas y trincheras. “Somos uno más. Estamos en la plaza porque siempre hemos creído en esta revolución”, relataba en noviembre a este diario un miembro del grupo de 'ultras' de Al Zamalek.
Cuando el balón rueda, un tajo insondable les separa: Al Zamalek tiene alma aristócrata y cierto aire extranjero mientras que Al Ahly (El nacional, en árabe) se jacta de ser popular con cierto deje proletario. El abismo, sin embargo, se volvió a esfumar en septiembre en el asalto a la Embajada israelí o en noviembre entre la multitud que se levantó contra el mariscal de campo Husein Tantaui. Entonces, subraya Dorsey, volvieron a cumplir “la función de romper la barrera del miedo”.
Falta de seguridad en las calles y el campo
La 'masacre de Port Said', como la han bautizado los hinchas del Al Ahly, es también el relato anunciado del vacío de orden que sufre la tierra de los faraones. Hace unos meses, Yaser Zabet –uno de los periodistas deportivos más conocidos del país árabe- señaló a este diario: “Egipto afronta serios desafíos de seguridad. Y esto también se aplica en los estados de fútbol, los juegos y los aficionados. Con la falta de fuerzas del orden y medidas estrictas para prevenir el vandalismo y hacer cumplir la ley, los campos de fútbol reflejan esta gravedad”.
Ante la amenaza de disturbios, muchas voces abogaron hace meses por cancelar los encuentros hasta nueva orden. Pero las autoridades rechazaron privar a un pueblo hambriento del circo del balón. “El Consejo militar, el Gobierno y la Federación de Fútbol insisten en celebrar los partidos de la Liga probablemente para demostrar que la vida ha vuelto a la normalidad del país”.
El miércoles ese espejismo de normalidad se desvaneció en el minuto 97 del partido entre Al Masry y Al Ahly. Alcanzado por las escenas de agonía, el centrocampista del club cairota Mohamed Barakat estalló: “Es culpa nuestra por haber jugado el partido. Las autoridades tienen miedo a cancelar la Liga porque solo les importa el dinero y no la vida de la gente”.
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