«¡Yo no he matado al presidente Kennedy!», gritaba Lee Harvey Oswald cuando fue detenido una hora después de la muerte del presidente de EE.UU., dando comienzo a uno de los mayores misterios de la historia contemporánea de Estado Unidos. «¡Yo no he matado al presidente Kennedy! ¡Yo no he matado a nadie! No sé nada acerca de eso», gritaba el joven Lee Harvey Oswald una hora después del asesinato del presidente de Estados Unidos, tal día como hoy de 1963,
en las inmediaciones de la tristemente famosa Plaza Dealey, donde fue detenido. En ese mismo instante nacía uno de los mayores misterios de la historia contemporánea, alimentado año tras año con la publicación de nuevos libros e investigaciones que tratan de aportar nueva luz sobre un magnicidio que, además de marcar la memoria colectiva de varias generaciones, ha originado, desde el mismo día que se produjo, las mayores teorías de la conspiración de los últimos dos siglos.
«¿Cabe el supuesto de una conspiración castrista-comunista, de carácter internacional, que haya utilizado a Oswald para eliminar a Kennedy y crear una crisis mundial de tensión y recelo? ¿Cabe buscar al crimen un ángulo chino? ¿Cabe conectarlo con el extremismo racista, tan violento en algunas minorías tejanas?», se preguntaba ABC dos días después, en el mismo artículo en el que se informaba de que Lee Harvey Oswald había sido «acusado oficialmente del asesinato de Kennedy».
Y siete años después, un especial «siete años marcados por la maldición de Dallas» contaba como una veintena de personas relacionadas con el asesinato de Kennedy habían muerto de enfermedades, accidentes de carretera o misteriosos suicidios, incluidos el jefe de la Policía de Texas y Abraham Zapruder, el hombre que grabó las imágenes del asesinato.
El asesino, asesinado
Las especulaciones sobre un gran complot crecieron cuando Oswald fue también abatido a tiros, dos días después, y con la televisión en directo, por Jack Ruby, otro oscuro personaje de Dallas, dueño de un cabaret, que a su vez murió en extrañas circunstancias cuatro años más tarde. Es probable que la respuesta se la llevaran para siempre Oswald y Ruby, porque los misterios de la muerte de Kennedy han sobrevivido a varias comisiones de investigación, hasta el punto de que el museo creado en su honor en Dallas destina, aún hoy, una sala diferente para explicar cada una de las teorías del asesinato.
La Comisión Warren examinó 3.154 pruebas y estudió las declaraciones de 552 testigos seleccionados entre 26.550 entrevistados por el FBI, dejando claro que Oswald había actuado solo. Sin embargo, en 1979, el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos estimó que podría existir una conspiración en torno a su asesinato. El tema, un debate ininterrumpido en el último medio siglo, ha generado muchas teorías diferentes, algunas de las cuales de lo más increíble.
Algunas defienden que el chófer sabía que Kennedy sería abatido por un francotirador y que fue este mismo el que lo remató. Otras aseguran que Oswald no era más que un señuelo político, según el testimonio del entonces director general del FBI, John Edgar Hoover, que en un memorándum escrito antes del asesinato advertía que un impostor estaba usando los datos personales de Oswald. Hay investigaciones que creen que hubo más de un asesino, como defiende, por ejemplo, la viuda del también herido gobernador de Texas, John Connally, quien declaró que su marido había recibido el impacto de una bala diferente a la que mató a Kennedy. Otros incluso que, dada su parecido físico con Kennedy, el policía J.D. Tippit fue asesinado para hacerse pasar por el presidente de los Estados Unidos a la hora de hacer la autopsia.
De Jackie Kennedy a Oliver Stone
La viuda del presidente de Estados Unidos, Jackie Kennedy, llegó a insinuar que el asesinato de su marido fue encargado por el sucesor y entonces vicepresidente, Lyndon B. Johnson, para evitar las cuatro investigaciones criminales a las que estaba sometido: violación de contratos gubernamentales, prevaricación, lavado de dinero y soborno. Investigaciones que fueron cerradas precisamente cuando ascendió a la Presidencia.El director de cine Oliver Stone no se quedó atrás. Cuando presentó su película «JFK», en 1992, aseguró que el magnicidio fue obra de la CIA y los servicios secretos militares, que utilizaron en la conspiración a la mafia y a Lee Harvey Oswald como chivo expiatorio. «Desde entonces, no podemos creer en nuestros líderes», aseguró.
Las teorías conspiratorias salpican incluso a Israel, defendiendo que el Gobierno de Tel Aviv no estaba contento con las presiones que ejercía Kennedy contra su programa nuclear secreto o, según otros, que los israelíes estaban molestos debido a las simpatías del presidente estadounidense hacia los árabes.
Teorías de la conspiración para dar y tomar sobre las que aún planean muchas sombras y, que, quizá, jamás lleguen a esclarecerse. La última asegura que disparar contra Kennedy era ridículamente fácil y que Oswald, acusado de comunista, era simplemente un perturbado más, harto de que ni en La Habana ni en Moscú le hicieran caso. Por eso quiso llamar la atención. ¡Y bien que lo hizo!
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